06 enero, 2009

El día de la marmota

La fe mueve montañas. Y debe mover también los bombos de los que los Niños de San Ildefonso extraen las bolas con los premios de la Lotería de la Navidad. Muchas cosas de este mundo menguante sólo existen porque creemos en ellas. Existe hoy por hoy el Real Madrid porque muchos soñadores aún creemos que ganará la Liga, existe el verano porque de otro modo no aguantaríamos el invierno, y existen los Reyes Magos porque creemos con fe ciega en ellos, además de porque son de los pocos que año a año dejan cumplida constancia con sus presentes de que son gente de fiar, reyes, sí, pero de carne y hueso. Y el Gordo de la Lotería existe porque toda España cree en él, aunque en toda su vida y en la de unas cuantas generaciones de antepasados no hayan tenido la más remota noticia de él y aún a sabiendas de que como el domingo se constababa en las páginas de ABC hay un 85% de probabilidades de perder todo el dinero que se juega, y otro 10% de quedarse uno como estaba, es decir, con un simple reintegro. Lo que deja las posibilidades de ganar (mucho o poco, eso da igual) reducidas a un ridículo 5%.

El Gordo de la Lotería existe porque toda España cree en él, aunque en toda su vida y en la de unas cuantas generaciones de antepasados no hayan tenido la más remota noticia de él. La esperanza, además de ser lo último que se pierde, es barata.
Sin embargo, estas agoreras cuentas matemáticas le importan un pimiento a los españoles, que se dejan en el sorteo sus cuartos y sus casi siempre vanas esperanzas. Muy particularmente, uno piensa que el Gordo navideño no existe, y que es tan sólo un eco de la infancia traído hasta nosotros por los niños ahora multiétnicos de San Ildefonso.
A veces, tras el sorteo, mientras escucho la radio o veo la tele, casi vuelvo a creer en la Lotería, pero rápidamente regreso a las andadas: todo es un gigantesco juego de algún malvadísimo prestidigitador, una conspiración propia del FBI o la CIA, y me parece que la gente que sale dando brincos en la tele es la misma del año pasado, unos actores de primera que brindan con cava y sidra champán «El Gaitero» (yo creo que es agua) y que esta película la llevo viendo más de cuarenta años con idéntico reparto e iguales situaciones, anécdotas y sucedidos, como Bill Murray en «El día de la marmota»: que si tapar agujeros, que si tunear el coche, que si la mejor lotería es la salud, que si el mejor gordo es el trabajo... De ilusión también se vive, pero el año que viene la canción será la misma, será la misma película y ni yo, ni nadie que ustedes conozcan, se llevará un buen pellizco. Porque esto tiene pinta de ser otro de esos trucos de magia potagia financiera del tahúr del Mississippi (o de Brooklyn, qué más da) llamado Bernard Madoff. Bueno, siempre nos quedarán los Reyes Magos... y, siendo sinceros, la del Niño, la Primitiva, la Bonoloto, la Quiniela, el Cupón, los Euromillones... La esperanza, además de ser lo último que se pierde, es barata.

Manuel de la Fuente visto en ABC

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